La pesca es pesca. Así la vivo y la veo yo. En cada salida siempre vuelvo con algún aprendizaje, un nuevo conocimiento sobre el entorno, el ambiente, los peces y todo lo que rodea la magia de estar al aire libre con cañitas de mosca. Esta apertura no fue la excepción.
El protagonista es Gonzalo, yo solo intentaré relatar lo vivido y agregarle consideraciones y criterios según mi formación y experiencia. Gonza es un gran amigo, uno de esos muy especial para mí. Siempre estamos charlando sobre peces, animales en general, cuestiones de la biología y la vida. Él es biólogo, especialista en Conservación y manejo de diferentes especies, con muchísima experiencia de campo. ¿Y por qué cuento esto? Porque gracias a esa formación puede ver y analizar cosas de otra manera a la hora de estar pescando. Ya tenemos al protagonista y a uno de los observadores. El otro que estaba con nosotros era otro grandísimo amigo: Francisco. Los tres veníamos charlando a orillas del Río mientras regresábamos de un punto en el cual habíamos almorzado. Charla va charla viene, Gonza no había tenido una buena jornada y se preguntaba qué podía ser. Estímulos diferenciados, comportamiento de los peces, el tipo de agua elegida para pescar, la técnica, la línea, la mosca… TODO. Era una charla completísima en la que abundaba el desconocimiento de mi parte y la mirada criteriosa de Fran y de Gonza.
Llegamos a un pozo enorme con un eddy que metía miedo, una barranca de más de 4 metros y agua que pasaba muy rápida. Un lavarropas. Un lugar muy difícil de pescar en el cual siempre hay truchas trofeo, pero no hay forma de hacer navegar la mosca de manera correcta. Entonces Gonzalo planea la estrategia, piensa, nos consulta y se decide. Con Fran casi al unísono le decimos: ¡hacé algo diferente! como si ambos fuéramos alumnos del mismo Maestro… A su juego lo llamamos: “pongo un terrible pollo”, contestó. Mientras ataba al tippet una hermosa Kelly Galloup original que había comprado en Alaska, planeábamos juntos dónde debía arrojarla y todo eso que uno supone antes. Se pone en posición, un viento moderado soplaba y él comienza con su danza del casteo. 2 metros de ser humano moviéndose armoniosamente con la caña y el shooting. Lo más parecido a ver al Yeti pescando. Lanza, lejos, hace una corrida desde la parte de arriba de la barranca hacia una de sus puntas y comienza el stripeo… a fondo. La mosca se movía en el agua de una manera increíble. Daban ganas de morderla. Era pique seguro. De pronto, al final del recorrido y justo antes de levantarla del agua, aparece de la nada un monstruo, literal, una de las truchas marrones residentes más grandes que he visto, imposible de calcular el tamaño sin exagerar. Sale de la profundidad, nada de una manera muy particular siguiendo la mosca, observándola, pegando su boca prácticamente a ella. Los tres nos quedamos mudos. Congelados. Inmóviles. Hasta creo haber escuchado el silencio mismo. Todo se detuvo. Estábamos los tres ahí, mirando uno de los peces más maravillosos que hubiéramos visto, nadar hacia atrás, panza arriba, de costado luego, en cámara lenta. Y de repente se esfumó. Desapareció. Y nosotros nos fundimos en un “¡¡¡uuuuuuhhhhhh boludos!!! ¿Vieron eso?”. Gonza en el piso, blasfemando al cielo… nosotros nos mirábamos con Fran y no podíamos creerlo. Habíamos sido testigos de una situación difícil de repetir. La trucha siguió la mosca, la observó, no le interesó y se fue. Pero se movió, salió de su mundo y se dejó ver.
Tardé 1 milésima de segundo en decirle a los gritos a Gonzalo: “¡casteá de vuelta amigo! ¡Estímulo diferenciado!”. Gonza rearma el tiro, sube a la barranca, castea, vuelve a correr hacia el borde y comienza a stripear a fondo. Alcanzo a decirle: “¡dejála, dejála que se la chupe el eddy para abajo, no la muevas!”. De pronto todo se detuvo, la mosca sale de nuestra vista y escuchamos un “¡la tengo, la tengo, picó!”, y la caña que se arqueó toda. Gonza no sabía si correr, si darle línea, si tensar, estaba en la desesperación que nos agarra a todos cuando tenemos el premio mayor del otro lado. Fran ayuda a calmarlo, le indica qué hacer, cómo trabajar la caña y yo corro al borde de la barranca copo en mano. Todavía no podíamos verla, tiraba para todos lados. Estuvo “paseándolo” un buen rato, incluso le dio tiempo a que llegaran Pablo, Juan, Tincho y Ale que alertados por los gritos no sabían qué pasaba. Luego de unos minutos, cuando logramos verla, era efectivamente una trucha marrón, no la que habíamos visto, una más pequeña, pero una buena. Todos opinábamos de cómo manejar la caña y la línea, hasta se dijeron cosas irreproducibles. Finalmente, cuando la tuve a mano pude meterla en el copo y un grito ensordecedor estalló de parte de todos. Para los que pescamos con amigos, ver la cara de uno luego de lograr un lindo pez es difícil de describir. A mí es una de las cosas que más me gusta, me hace realmente feliz.
Gonza estaba exultante, todos lo abrazábamos. No entraba en nuestros wader la felicidad. Rápidamente tomó su trucha, porque realmente era suya, se sacó unas fotos y devuelta a su mundo, para que vaya a preguntarle a la bestia que vimos primero: “¿por qué no quisiste morderla?”. Como siempre digo: La pesca es pesca. Hay que estar pescando para vivir estas cosas, aprender de ellas y analizarlas luego. Agradezco cada segundo de felicidad que me regala junto a mis amigos.
M.M.d.l.C.