Las historias cortas aburren. Por lo menos a mí. Yo me quedo en los detalles, analizo, pienso, reflexiono. ¿Esta historia podría ser corta? Tal vez, pero intentaré que no lo sea, pues algo me ha dejado pensando hasta hoy, casi un mes después de haber tomado la foto que acompaña estas palabras.
Pocas veces hay mayor despegue para sentarse a escribir, que hacernos una pregunta. Algo simple. Sin rebusques, eso llega después con el ensayo de una respuesta. La pregunta que me empujó a escribir, pero principalmente la que me hice en ese momento, fue ¿qué relación tenemos con la naturaleza?
Sencilla. En apariencia, claro. Pero detengámonos a pensar un momento en ella y se dispararán automáticamente otras: ¿cuál es el rol que ocupamos? ¿sólo somos animales racionales que nos aprovechamos de la naturaleza? ¿si somos tan racionales, por qué la irracionalidad que tenemos para maltratarla y abusarnos de los recursos o bienes naturales? Y más específicamente: ¿qué siento respecto a esto? ¿por qué me pregunto estas cosas?
Todo comenzó una mañana de caminata por las playas de la Península de Yuko en el Parque Nacional Lanín, sobre las costas del lago Lácar, San Martín de los Andes. Llegamos al estacionamiento antes que nadie, era temprano. Con Carolina nos propusimos realizar los senderos de las playas en abanico, recorriendo desde la primera a la última, procurando no perdernos nada. Por supuesto, yo estaba con mi cámara de fotos en mano y le propuse dar pasos suaves, tranquilos, observando lo que sucedía alrededor. Si bien los bosques patagónicos son algo silenciosos, a pesar de que en ese Parque conviven cerca de 180 especies de aves, enseguida se pudieron escuchar a las primeras salir del letargo que implica el frío de la noche y aprovechar los primeros rayos de sol para alimentarse.
Vi pasar un Pico de Plata, un Piojito Gris, algunos Picolezna, escuchamos unos Carpinteros y una gran cantidad de Picaflores Rubí que, al borde de las flores de un árbol, llenaban sus picos de néctar. El pitido en algunos momentos era ensordecedor. Si te quedabas quieto un rato, podías verlos comer y hasta descansar, aprovechando algún rayito de ese sol mañanero para activar el cuerpo. Lo mismo hacía una Lagartija celeste (Liolaemus coeruleus) que muy pacientemente se acomodó en un tronco en un huequito de sol que entraba por las hojas de los árboles.
A los 20 o 30 minutos, cuando comenzó a llegar la gente, y a desparramarse por los diferentes senderos, todo cambió. Otras lagartijas comenzaron a ocultarse y las aves cambiaron su comportamiento, alejándose de los caminos y dificultando su visión entre la espesura del bosque. Los gritos, las corridas, el sonido de los pies retumbando sobre el suelo y hasta los parlantes con música que llevan colgando en las mochilas, hicieron que aquello que parecía un paraíso, rápidamente se transformara en un infierno.
Las personas pasaban enajenadas por esos senderos, cuya principal existencia es la contemplación de tantas bellezas naturales, pero que se habían transformado en autopistas de turistas que solo tenía la finalidad de llegar a alguna playa, sacarse la foto para las redes sociales y anotarse esa especie de “kill mark” social a la cual nos empuja la modernidad, el pertenecer y gritar en vivo “miren donde estoy”. Nuevas formas de relacionarse, sin dudas.
Mientras tanto, NADIE prestó atención a las ramas, nadie levantó la vista, mucho menos bajarla. Incluso algunos llegaron a “atropellarnos” por los angostos senderos, mientras yo estaba con la cámara apuntando a alguna de las aves que resistían la retirada obligada de su casa y Carolina hacía equilibrio para no caer fuera del camino.
Sentí mucha tristeza. Confieso que también algo de rabia, quizás hasta con cierto egoísmo, es verdad. Si bien no me creo con derechos más que nadie, si me nació una terrible indignación por todo lo que se estaban perdiendo, por todo lo que pasaban de largo con tal de llegar a la foto de red social, la vida que se perdían y la perturbación que generaban en el ambiente.
A veces, el silencio entre grupo y grupo, permitía escuchar otra vez a las aves, casi como un recreo de escuela pera a la inversa, más bien esa paz que tienen los patios cuando todos están en las aulas.
Nosotros continuamos camino, moviéndonos por los senderos, siempre en contra de las grandes concentraciones de personas y buscando la paz que tiene el bosque, casi como las aves.
Yo, con mi cabecita inquieta, pateaba piedritas y pensaba: ¿Qué relación tenemos con la naturaleza? Si bien, me reconozco un “bicho raro”, que gusta cada vez más de la soledad del aire libre y la observación de la vida en él, no podía entender el desconocimiento o ignorancia que toda esa gente tenía respecto de su entorno. NI UNO vio comer un Colibrí, mucho menos apostarse, completamente satisfecho, en una rama y cerrar sus ojitos mientras el sol cubría su cuerpo.
Y enseguida más preguntas: ¿cuál es el rol que ocupamos? ¿sólo somos animales racionales que nos aprovechamos de la naturaleza? ¿si somos tan racionales, por qué la irracionalidad que tenemos para maltratarla y abusarnos de los recursos o bienes naturales? Y más específicamente: ¿qué siento respecto a esto? ¿por qué me pregunto estas cosas?
Las repuestas no las tengo, por lo menos, las definitivas o las que más se acerquen a mi cosmovisión. Si, me atrevo a darle un marco referencial al tema: LA EDUCACIÓN. Muchas de esas personas no sabían lo que allí pasaba porque nadie les enseñó, jamás se lo advirtieron. Ni en el colegio, ni en sus casas ni mucho menos en otros ámbitos. Tampoco la cartelería de la zona es adecuada, pues los Parques Nacionales cuentan con grandes recursos humanos pero pocos económicos para desarrollar programas de información.
La matriz educativa de este país está quebrada. En todas las clases sociales. ¿Cómo es posible que los programas de educación regionales y hasta zonales no contemplen el aprendizaje de los ambientes que los rodean? Muchos lugareños no tienen ni idea de la vida que hay a 5 minutos de sus casas. ¿Se imaginan el respeto que pueden tener por lo que no conocen? Ejemplos, de los malos, sobran.
Quizás la única pregunta que pueda responder es la de que rol ocupamos o más específicamente que rol ocupo yo en todo esto. Pues divulgo, cuento, les explico a otros y difundo las bellezas naturales que tenemos y las buenas prácticas de convivencia con ellas, ya sea a través de la cámara, de una caña de pescar o simplemente con unas palabras. Me inquieta el saber y que otros sepan, contarlo, relatar mis experiencias y contagiar esta pasión por la naturaleza que me atraviesa. Muchas veces de manera desordenada e impulsiva, pero me muevo, me ocupo, trato de aportar positivamente y no quedarme en la queja.
Yo ví un Rubí comer néctar de unas flores, lo ví cerrar sus ojos, acomodarse al sol y huir del ruido de los humanos. Hoy, te lo cuento. Sin animo de nada, aunque tal vez, logre hacerte pensar, pues las historias cortas, aburren y las fotos sin contexto, también.
M.M.d.l.C.
Yo tuve ese contexto. Me contagiaste las ganas de parar para escucharlos, observarlos, que se acerquen a pocos metros. No me voy a olvidar el ruido que hacían revoloteando encima de nuestras cabezas. Y ahora me queda grabada la imagen de esos ojos y plumitas de colores! Hermosas aves. Hermosa playa de Yuco.
Siempre del lado del bien. Apreciar a la naturaleza se aprende. Seguramente ya no camines por un sendero solo pensando el llegar al otro lado y disfrutes el camino…